Wednesday, April 20, 2005

Frío metal

Tensa calma respiraba sentado sobre la silla. Frente a él, aún podía ver las olas del mar en aquella tarde en la que la primavera aún no sabía si atreverse a llegar. La radio, una de esas con música de jóvenes, sonaba de fondo. Su vecina en aquel viejo edificio gemía, seguramente por el placer que le estaba regalando su novio. El periódico que había sobre el suelo de parquet era ya amarillento por el paso de los días. Sobre el sofá se habían instalado varias cajas de pizzas con restos.
Pero a él todo aquello le daba igual. Sólo miraba el mar. Y allí veía su sueño frustrado, el fin de una vida que consideró perfecta. Los años dorados de un joven que ya había comenzado a peinar canas. Todavía no recordaba como él, provinciano de interior, había llegado hasta la orilla del mediterráneo. Creía que fue por un sueño. Pero, como todo, había ido olvidando para entregarse a su nueva y grandiosa vida.
"Sólo me queda el mar", pensó, "pero todavía es primavera. Quedan dos meses para el verano". No se lo volvió a pensar. Empuñó la vieja escopeta de caza que había heredado de su hermano, muerto en un atentado. Posó el cañón sobre sus labios, lo introdujo en la boca. Entonces pudo notar el frío de aquel metal. Como pudo, ya que casi no llegaba al gatillo, dio el último giro a su vida. Cayó. Mientras, las olas siguieron su constante movimiento. Igual que su vecina. Igual que todo.

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