MicroRelatos

Wednesday, May 10, 2006

Vidas anónimas (II)

Era jóven cuando la televisión empezó. Contaba apenas con cinco veranos sobre su cuerpo cuando su padre compró uno de los primeros televisores en color. Pasaron años desde aquello. Concretamente trece años y dos nuevos televisores después decidió que no quería estudiar ninguna carrera, si no que quería dedicarse a la televisión para que todos le conocieran.
Han pasado muchisimos años desde entonces. Por hacer un breve resúmen, digamos que su carrera televisiva tubo altibajos, pero que permaneció en antena, día tras día hasta ayer.

Hoy ya nadie le recuerda. Apenas han pasado 24 horas y nadie se dá cuenta de que falta. No han hecho ningún comentario en el telediario de su cadena ni han dicho nada en los periódicos. La gente no se pregunta que fue de él ni por qué se marchó sin despedirse. Simplemente, cerró la puerta, hizo un fade-out y desapareció.

Espero que eso no sea morir de fama.

Fotografías cortesía de look at me

Hola y adiós

Mi cabeza vaga por cada rincón del corazón buscando una razón para olvidar. Las noches son eternas y los días, demasiado luminosos. El corazón se me acelera cuando recuerdo nuestros paseos por Roma y cómo, por casualidad, llegamos a encontrar el rincón más marvilloso del mundo en forma de fontana.
También recuerdo que un día soñé con ser Bogart y despedirte desde la pista de aterrizaje. A ti no te hacían ilusión las despedidas. Yo estaba demasiado acostumbrado a ellas como para no saber apreciarlas. Porque, cuando uno dice adiós, también está diciendo hola, aunque sin saber muy bien a qué o a quién.
Mi cabeza vuelve a vagar, aunque quizá ahora vagabundea. Su destino es tan infinito como desconocido. Tú, que me enseñaste a no pensar en el futuro, ahora me tienes pendiente de él. Pero me da igual. El futuro, a veces, es tan incierto como un pasado del que sólo se destilan viejas y empolvadas palabras. O mentiras. Todo se confunde en el desván de los sentimientos.
Mi cabeza vuelve a mi habitación. Ahora hablo de cómo olvidarte. Un segundo. Ya te he olvidado. Era tan difícil como decir adiós para decir hola. Hola. Me llamo Carlos y estoy encantado de conocerte, preciosa. ¿Sabes que me gustaría ser Bogart...?

Al cielo

No sé cómo llegué a este lugar. Tampoco sé, a ciencia cierta, cómo lograré salir. El caso es que estoy y tú estás. Que ambos estamos. Tenemos suerte, así que sonríe. No todo el mundo es capaz de sobrevivir en esta jungla en la que los monos son coches y los leones, motocicletas. También hay elefantes, pero en forma de autobús urbano.
Quizá, mañana, me sorprendas al llegar a casa con un bocata de calamares. No lo sé. Sé que es difícil, que no tenemos dinero, que la vida está muy cara y que un billete de metro nos prohíbe comprar El País cada día. Sé, también, que estoy arriesgando una lata de coca-cola por haber venido al cíber a contar todo esto. Tal vez nunca llegues a leer esto, porque prefieres ahorrar. En sentimientos y en euros.
No te amargues. No sufras porque en esta ciudad nadie mire a los ojos, porque en el metro o en el bus todo el mundo vaya cabizbajo, inundado de sus propios pensamientos. Este lugar es así. Decidimos arriesgar por un sueño. Lo sé. Mi maldita cabezonería nos empujó. Pero, ya sabes que prefiero pedir perdón antes que pedir permiso. Querrámonos. Y no olvidemos que, por muy duras que sean ahora nuestras vidas, nos aguarda un futuro mejor. Ya lo sabes: de Madrid, al cielo.

Palabras para Paloma

No sé como llegó hasta allí. Cuando la encontré estaba semienterrada en la nieve, inmóvil como si estuviese muerta. Ni siquiera tiritaba.
La recogí con cuidado, procurando no moverla con brusquedad; sin embargo, algún movimiento hice mal y se sobresaltó. Temí haberle hecho daño, haber apretado demasiado, así que decidí cogerla con más suavidad aún... como si se tratase de una flor. Ella pareció agradecer ese gesto y cerró sus pequeños ojitos mientras posaba su cabeza sobre mi brazo. La cubrí con mi bufanda.
Cuando llegamos a casa tú dijiste que qué era eso que tenía entre mis brazos. Te la mostré al tiempo que te dije que tuvieses cuidado de no asustarla. Tu único comentario fue "que asco".
En lo que tardó en recuperarse no parabas de quejarte de que estuviese con nosotros, decías que era asquerosa y que se iba a morir mientras yo la entablillaba y alimentaba. Sé que la insultabas y que ella se sentía mal por eso, pero también sé que a mi me quería; que estaba agradecida por mis cuidados y que sabía que no permitiría que le hicieses daño.
Finalmente, tras dos semanas, se recuperó completamente y se marchó volando. Tú volaste también al poco tiempo, con un tipo bastante más alto que yo, y con bastante más dinero también.
Es duro ver como las cosas más bellas y más horribles comparten el mismo nombre y el mismo destino. Esa paloma vino hasta mí cuando más me necesitaba; tú, Paloma, también viniste en esas circunstancias. Esa Paloma se marchó cuando ya no le fui necesario; tú, Paloma, también te fuiste cuando ya no me necesitabas. Sin embargo, sé que ella volverá en primavera; como también sé que tú no volverás jamás.